jueves, 4 de abril de 2019

Los sastres

 Los Sastres
Yo compadezco a los sastres,
porque de los hombres todos
no hay otros que de más modos
sufran mayores desastres.
Por eso soy su vocero,
y si me lo permitieseis
os rogaría que fueseis
también su amigo sincero.
Siempre humilde fue su cuna
y como viven sentados
nunca fueron encumbrados
en hombros de la fortuna.
No hay uno entre ochenta y nueve 
que en mil casos repetidos
 no remiende sus vestidos
 y los ajenos renueve.
 Y entre ciento no habrá uno 
que haya subido a un birlocho 
o haya probado un bizcocho
 en su frugal desayuno. 
No les vale estar armados
 para cortar sus vestidos:
 por la aguja son heridos 
y por la plancha quemados. 
Un rey hubo cervecero, 
y cerrajero hubo alguno
 que, infeliz como ninguno, 
cayó al golpe del acero.
 Hubo papas y soldados,
 por supuesto no eran lerdos,
 que después de cuidar cerdos
 fueron al solio exaltados. 
Pero acerca de los sastres,
 que por cierto no son rudos,
 los anales están mudos 
y solo cuentan desastres. 
No a los sastres acuséis
 de sus percances en medio, 
buscad a su mal remedio
 y no a infamarlos paséis.
 En su taller encorvados 
los veréis mustios y cuerdos, 
pues solo un brazo y tres dedos
 mantienen siempre ocupados.
 Allí, lector, no penetres,
 allí llueven los petardos
 de los blancos, de los pardos,
 de todos los petimetres. 
Porque no faltan belitres 
que, a estafar acostumbrados, 
hacen con esos cuitados
 el oficio de los buitres. 
¡Cuántos chalecos fiados 
y pantalones medidos 
que luego han sido pedidos 
y nunca han sido pagados!
 Dura verdad, no me arrastres
 a decir que en ambos mundos
 hierven rencores profundos
 en contra de nuestros sastres.
 Vienen a nuestros mercados
 baratísimos vestidos
 por los franceses vendidos 
y por nosotros comprados. 
Preciso es que confeséis
 que están por esto arruinados, 
mas no por ser desgraciados
 de su desgracia abuséis.

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